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miércoles, 4 de abril de 2018

Lo que ves, sientes y te cuentan en La Habana (II)



La calle Obispo es peatonal y tiene mucha actividad. Haciendo la correspondiente cola para comprar la tarjeta de internet, coincidimos con una cubana y un argentino. En un momento de la charla, el argentino dice: ’’Cuba está mejor que Argentina’’. Contesta la cubana: ‘’Si vivieras aquí un mes no dirías eso’’. Intervengo y digo: ‘’Tú puedes viajar a Cuba y los cubanos no pueden ir a Argentina’’. El argentino, cayéndose del guindo (de la mata), responde: ‘’ Ah, pues es verdad’’.

Dentro, había dos mesas libres con dos muchachas jóvenes, nos atiende una de ellas: ‘’Las tarjetas de internet las hay de una hora y de cinco’’. Le pido una de cinco. ‘‘’No, se me han acabado las de cinco, solo tengo de una hora. Mi compañera sí tiene’’, me dice la muchacha. Entonces le digo: ‘’De acuerdo, dile que te dé la de cinco, la pagamos y nos vamos’’.

Y me contesta: ‘’No, no puede ser, a mí me asignan una cantidad diaria y como ya he vendido todas las de cinco, tienen que ir a la otra mesa’’. Nos dirigimos a la otra mesa y finalmente compramos la tarjeta de cinco horas.

Entramos en una librería de la calle Obispo y descubrimos lo caros que son los libros. El librero explica que el precio era muy alto debido a las pocas ediciones que se hacían y al escaso número de ejemplares por edición. Compré El imperio de La Habana, de Enrique Cirules, sobre el poder de la mafia en la Cuba antes de la revolución. El precio: 15 cuc, equivalente a la pensión media de un jubilado cubano. Pregunté por libros de Leonardo Padura y me dijo que eran muy difíciles de conseguir y que de vez en cuando se los traían de España y no eran mucho más caros.

María Jesús y yo queríamos comprar cup (pesos cubanos) y fuimos a un banco. A la entrada, una empleada nos indicó la ventanilla correspondiente. Nos dirigimos allí y la cajera nos dice: ‘’Solo una persona’’. Le contesto que venimos juntos y con cara impasible dice: "Lo siento, solo una persona". Mi mujer se alejó de la ventanilla. "Solo quiero cambiar 50 euros en cup", le digo. "De acuerdo", responde.

Entrego el pasaporte y los 50 euros. Al rato me entrega cuc y el pasaporte. ’’Me he debido de confundir, yo lo que quería eran cup, pesos cubanos, y no cuc, pesos convertibles". La cajera: ‘’Está bien, el procedimiento es cambiar a cuc y luego a cup’’. Desconcertado, le digo: ‘’¿No sería más rápido no perder el tiempo con dos cambios?" (que en mi opinión no me perjudican).

Me vuelve a pedir el pasaporte, se lo entrego diciendo: ‘’Tome, pero me lo acaba de devolver. Los datos ya deben estar registrados por lo que no debía ser necesario’’. Ahora con cara de resignación responde: ‘’ Es el procedimiento ‘’.

A esto lo llamo ineficacia y los cubanos, después de comentarlo con ellos, consideran que es exceso de burocracia.

El Capitolio es majestuoso y según los habaneros, es un poco más alto que el de Washington. Lleva muchos años en rehabilitación y lo único que puedes visitar es la cripta al mambí desconocido. Mientras aguantábamos el chaparrón, refugiándonos en los soportales (portales dicen los habaneros) frente al Capitolio, hablamos con un canario-cubano, que había vuelto a Cuba por la crisis en España y decía que en Cuba vivía mejor arreglando coches clásicos que luego vendía. La conversación no tocó temas polémicos, pero dijo una cosa muy interesante: ‘’Los hermanos o se admiran o se odian y Raúl Castro admiraba a Fidel".

Comimos en el Centro Asturiano, frente al Capitolio. El lugar lo había recomendado el español del turismo sexual. La comida bien, el precio aceptable para nosotros y prohibitivo para los cubanos. Me llamó la atención la poca presión en los grifos (pilas) en el lavamanos del baño y la escasa iluminación, tanto en el restaurant como en la casa, a donde hemos regresado de noche y con lluvia

Al día siguiente volvimos a salir. Cenamos en una paladar. Nos llevó un amigo, el empleado de la librería en la calle Obispo. Hicimos una buena caminata nocturna por calles poco iluminadas y que parecían peatonales debido a la ausencia de coches.

Durante el trayecto, el amigo nos comentó lo mal que se vivía en Cuba y lo difícil que era todo, que no tenía esperanza de cambio y dio a entender que padecía algún tipo de represalia para poder encontrar un trabajo. No pudimos profundizar en ello, acabábamos de llegar a La Habana y aún no teníamos claro cómo tratar ciertos temas.

La paladar era una casa particular con un comedor grande que daba a la calle. Los baños eran los mismos de los inquilinos de la casa y si te confundías de puerta, como me pasó, te metías en una salita donde el resto de la familia estaba viendo televisión.

La carta (menú) era corta y la cena para olvidar. Nos sorprendió ver que los aderezos (aliños) de las viandas y ensaladas de tomate y pepino, eran transparentes y escasos (durante el tiempo que estuvimos en Cuba comprobamos que era lo habitual).

Los desayunos son a base de fruta, tortilla francesa, tostadas, zumo (jugo) y embutido, te cobran 5 cuc, el tercio de una pensión y una sexta parte del salario de un médico. La atención en la casa donde nos hospedamos en La Habana fue buena y entendimos el esfuerzo que supone encontrar todos esos productos que no están al alcance de la mayoría de los cubanos.

La amenaza de lluvia ha desaparecido y el sol empieza a aparecer. En el camino hacia la Habana Vieja, nos aborda un tipo ofreciendo un espectáculo de música cubana con cena incluida. Nos lleva a un caserón de estilo manchego (de Castilla La Mancha), que tiene un enorme patio interior con esa mezcla que parece normal de abandono y rehabilitación. Nos presenta al encargado y le dice: ‘’Son los padres de un amigo y querían venir esta noche.

En ese momento 'aterrizo' y me doy cuenta de la jugada. Decimos que ya volveremos. Y nos marchamos.

Texto y foto: Francisco Javier Suárez Rodríguez

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