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lunes, 4 de septiembre de 2017

Isaura Mendoza, una actriz sin pelos en la lengua (I)



Tras dos tentativas que por motivos diversos se frustraron, en la tercera se consumó por fin mi propósito de entrevistar a Isaura Mendoza. Un corto viaje mío a Miami, donde la actriz reside, brindó la ocasión idónea para que la visitara en el apartamento que comparte con uno de sus hijos.

Esa tarde, hizo un sucinto repaso de sus varias décadas de trayectoria en la escena. Por supuesto, quedaron muchos aspectos por recoger, por razones lógicas de tiempo. Pero la charla alcanzó para que ella evocara los momentos más sobresalientes de su extensa y destacada actividad. Cumpliendo la regla de primero lo primero, empecé preguntándole por sus inicios en el teatro.

Isaura inició su charla con una aclaración: “Bueno, antes del teatro estuvo la música. Desde muy joven y durante muchos años, lo que yo hice fue cantar. Debuté en 1945 cantando con la Orquesta Rumbavana, con la cual recorrí Sudamérica. Después te voy a enseñar las fotos que conservo de esos años”. En efecto, lo hizo y esos testimonios gráficos dan cuenta de sus presentaciones en esos países y de los artistas famosos con quienes compartió escenario.

Durante la plática, recuerda cuando actuó en Tropicana en una gran producción dirigida por Rodney. Cantó entonces con Celeste Mendoza y Omara Portuondo (“de jovencita, Omara y yo éramos buenas amigas”). Y cuenta: “Estando nosotras tres trabajando en Tropicana, una noche fue Tin Tan, que había ido a Cuba para filmar la película Tin Tan en La Habana. Tengo una foto de él de aquella noche, aunque no al lado suyo”. Años después, formó parte, junto con Nelia Núñez y Francis Nápoles, del Trío Antillano, que acompañaba a Luis Carbonell en sus shows y actuaciones.

“Cuando el triunfo de la revolución, les dieron algunos cabarets a los músicos. A Puchungo, el hermano de Joseíto Fernández, que tocaba el bajo y era vecino mío, le encomendaron la responsabilidad de un bar que había por los muelles. El lugar no era bueno, pero él me llevó para que cantara en el bar. Estuve nada más que dos o tres semanas, porque me hice un procedimiento en el pelo y se me cayó toda esta parte de aquí. Yo no tenía peluca ni nada, y para disimular me pasaba este pelo para acá y este otro para allá. Una mujer que trabajaba conmigo me comentó: Isaura, yo te veo una cosa tan extraña. Chica, le dije, es que me estoy quedando calva. Y decidí irme. Cuando se lo notifiqué, Puchungo me suplicó: Ay, Isaura, no te vayas. No, Puchungo, yo no puedo. Hice entonces una promesa: Virgen de la Caridad del Cobre, si el pelo me sale rápido, te prometo que no me lo voy a cortar en dos años. Me salió y a los dos años me lo corté, porque a mí siempre me ha gustado el pelo corto.

“Le cogí entonces odio al canto. Lo que quiero es actuar, pensé. Estando trabajando con el trío de Luis Carbonell, con el que estuve tres años, un día le dije a una compañera: Yo no quiero cantar más. ¿Tú sabes quién me podría dar clases de actuación? Me sugirió que hablara con Raquel Revuelta. Le pregunté si había que pagar, porque no tenía dinero. Me recomendó pedir una beca. Mi mamá tenía un tren de cantina (comida a domicilio) y vivía en el mismo edificio que Raquel y le sirvió comida cuando ella estuvo casada con su primer marido. En ese momento, Raquel estaba haciendo una novela en CMQ y le pedí a una amiga que la conocía, que hablara con ella y le pidiera una beca para mí. Esta amiga la fue a ver, habló con Raquel Revuelta y así fue como pude empezar a estudiar actuación en la Academia de Teatro Estudio.

“A los seis meses de estar estudiando Stanislavski, Roberto Blanco habló conmigo: Isaura, ¿tú te atreverías a hacer un personaje en la obra que voy a dirigir en Teatro Estudio? Bueno, si tú confías en mí, creo que sí. Y me dio un papel en La hora de estar ciegos, de Dora Alonso, que fue la primera obra que él dirigió. Trabajé después en La botija de la felicidad, también dirigida por Roberto. Esa obra la hice con siete meses de embarazo, pero después de dar a luz, dejé de actuar por un tiempo. Luego me llamaron para hacer Medea en el espejo, con Asenneh Rodríguez.

“A Herberto Dumé le habían dado la dirección del Grupo Guernica y cuando iba a montar El robo del cochino, pensó en mí. Al principio, a Abelardo Estorino no le pareció bien. Dijo que yo estaba muy vieja para el papel de Rosa. Claro, él me había visto haciendo una señora mayor, con un pañuelo en la cabeza. Entonces me citaron para ver si yo podía dar el personaje. Tenía treinta y pico de años y no estaba ni la mitad de gorda de lo que ahora estoy. Me arreglé y me puse bien cuqui. Ah, pero qué distinta te ves, me dijo Estorino. Claro, hijo, en aquella obra hacía el papel de una vieja y ahora estoy como soy yo.

“Hice la Rosa de El robo del cochino, que después se llevó al cine con Consuelito Vidal. Fue un desastre, porque la adaptación que hizo el director no tenía nada que ver con la obra. En el montaje de Dumé trabajaban Pedro Rentería, Magali Boix, que hacía la maestra, y Carlos Bermúdez, que hacía un papel buenísimo. Fue la primera vez que en el teatro en Cuba se dijo un coño. Lo dijo Bermúdez, que tenía una voz magnífica: 'Pues robé, ¡coño!, tuve que robar o me aplastaban. Si no, no había forma de salir de aquella mierda'. Él fue quien me recomendó cuando llegué a Miami. Habló con Eduardo Corbet, que iba a montar Filomena Marturano, pero en una versión adaptada a Cuba. Le habló de mí, le insistió que tenía que verme. Y cuando Corbet me vio, dijo: Ah, pero si ella es la actriz que tenía en mente”.

Al recordar las obras en las que actuó en esos años, Isaura olvida la comedia musical Las vacas gordas (1963), que volvió a reunir a Estorino y a Dumé. Sobre su labor en aquel montaje, Rine Leal escribió que la mejor escena y la que el público más aplaudió es aquella “donde Isaura Mendoza, bailando una rumba de rompe y raja, se lleva la pieza en un bolsillo”. Y ahora dejo que ella continúe rastreando en su memoria. “Después de El robo, ¿qué hiciste, Isaura? Ah, sí. En Guernica actué en Recuerdos de Tulipa y en Mulato, de Langston Hughes, un autor norteamericano. Trabajé también en El lindo ruiseñor, una obra infantil muy linda, y en Bodas de sangre, en el personaje de la suegra de la novia, que interpretaba Magali Boix.

“Cuando le quitaron el grupo a Dumé, fui para la bolsa de actores de Cultura. De allí me llamaron de Teatro Estudio para actuar en Contigo pan y cebolla. Me dieron la vecina, un papel muy bonito. Luego empecé a ensayar otra obra, pero en eso se celebró en el grupo una asamblea. Fue la época de la cacería de brujas contra los homosexuales y a Vicente Revuelta lo quitaron como director de Teatro Estudio. En esa asamblea acordaron como protesta no trabajar, o sea, hacer una huelga. Dije que no entraba en eso, porque tenía hijos y necesitaba darles de comer. A partir de ese día, nunca más me citaron para los ensayos.

“Pero con tan buena suerte que me llama Gilda Hernández, que había formado un grupo, Taller Dramático, y me lleva para allá. Volvió a montar El robo del cochino, donde actué, y también en Clotilde en su casa, donde hacía la protagonista. Yo doblaba con una muchacha, no recuerdo cómo se llamaba. Ella ensayaba primero y luego se iba. El director le decía: Fulana, ¿por qué no te quedas a ver lo que está haciendo Isaura? No, a mí no me interesa, contestaba. Hago el personaje como yo creo y bueno, me la llevé en aquella obra. Era joven y bonita, físicamente daba el personaje. Pero en actuación yo le gané.

“Después Roberto Blanco regresó de África, donde pasó un tiempo, y creó el grupo Ocuje. Se llevó a varios actores del Taller Dramático, como Hilda Oates y Omar Valdés. Le rompió el grupo a Gilda Hernández, que entonces se fue al Escambray. Yo me incorporé a Ocuje y allí trabajé en obras como El alboroto, Lumumba, Ocuje dice a Martí y Divinas palabras, donde hice, figúrate tú, a Rosa la Tatula. ¡Qué personaje! Me acuerdo que cuando se iba a empezar a montar Ocuje dice a Martí, estábamos sentados sobre una alfombra que se ponía en el piso y Roberto le fue dando textos a los actores. A mí no me dio ninguno. Ay, no me había dado cuenta, se justificó. ¡No se había dado cuenta de que yo estaba allí! Al final, me dio unos cuantos versos y nada más.

“Otra obra en la que participé fue María Antonia. Quería hacer la protagonista, estaba segura de que podía hacer una María Antonia muy buena. Pero Roberto le dio ese papel a Hilda Oates y a mí me dio el de la Madrina. Le dije: ¿Quieres que yo haga la Madrina? Pues voy a hacer una Madrina que no vas a olvidar. Entonces me puse a estudiar. En el escenario yo mayumbeaba. Los santeros que iban a ver la obra comentaban: Tiene Yemayá. Otros decían: No, tiene Obatalá. Yo no tenía nada. Lo que pasa es que fui donde una mujer que se hizo santo, pero que era científica. O sea, se hizo santo para estudiarlo científicamente. Ella me enseñó a mayumbear, porque eso tiene su ritmo y su cosa. Me metía en los bembés, porque quería hacer una Madrina muy buena.

“Un día, Eugenio Hernández me dijo: Isaura, está aquí un director francés muy famoso, vio María Antonia y le comentó a Roberto que hace no sé cuántos años que no veía una actriz como tú. Al cabo de muchos días, Roberto vino a decírmelo: Fulano de tal me comentó que tu actuación es muy buena. ¿Ah, sí?, le contesté. Cuando ya la obra estaba por estrenarse, Roberto me va a ver y me dice, Isaura, ¿tú no pudieras cambiar la voz? Porque cuando a la gente se le sube el santo, le cambia la voz. No, Roberto, si yo hago eso, no me va a salir ni eso ni lo que ya tengo. Tuve una experiencia parecida en Mulato y no la voy a repetir por ti. Voy a hacer la Madrina como la he hecho hasta ahora, con la voz mía. Y punto.

“¿Puedes creer que en María Antonia, Roberto no quería que yo luciera bonita? Se quejaba con las maquillistas de que me veía demasiado linda. Ellas le decían: Roberto, no podemos ponerla fea porque Isaura es bonita. Entonces, claro, no tenía tantos años como ahora. Siempre tuve muchos problemas con Roberto Blanco. Yo era la piedra en el zapato. Un día llegué a preguntarle: Ven acá, Roberto, ¿tú quieres que yo me vaya del grupo? Porque me voy. Es que tú eres tremenda, me dijo. Le contesté: Es que contigo hay que serlo, porque tú también eres tremendo.

“Salí de Ocuje y volví a la bolsa de actores otra vez. Me llama entonces un director -no me preguntes el nombre- para que trabajara en el Teatro Martí en Lo mejor del bufo, donde tenía una escena con Candita Quintana. Después de eso es cuando me llamaron del Teatro Político Bertolt Brecht, donde estuve unos cuantos años. Allí actué en muchas obras: Cañaveral, El rojo y el pardo, Valentín y Valentina, El carrillón del Kremlin, El premio, La panadería, Ernesto, El ingenioso criollo don Matías Pérez…

En una de las obras, Orquídea Rivero quería hacer mi personaje y fue a hablar a la oficina. Se quejó de que a mí me daban papeles en todas las obras y preguntó por qué yo trabajaba tanto. Es verdad que trabajaba mucho. Pero cuando vino la evaluación, fui la única actriz del grupo a la que le dieron A. A Lilliam Llerena se la dieron por otorgamiento, pero a mí por mi trabajo. Y tú no te puedes imaginar la envidia que eso provocaba”.

Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 14 de julio de 2017.
Foto: Isaura Mendoza (de pie) en Recuerdos de Tulipa, obra teatral de Manuel Reguera Saumell. Tomada de Cubaencuentro.

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